«Fue cosa de minutos, arrasó con todo inmediatamente», lamenta Marianela Miranda.
Como muchos de sus vecinos, esta ama de casa de 57 años ha perdido su vivienda y prácticamente todas sus posesiones en el voraz incendio que arrasó más de 120 hectáreas en Viña del Mar, unos 100 kilómetros al noroeste de Santiago de Chile.
Las llamas causaron dos muertes y afectaron a 330 viviendas con un total de 948 damnificados, según el nuevo balance presentado por las autoridades este martes.
Estas indicaron que el incendio aún está activo fuera de zonas pobladas, pero ya controlado y en observación.
El fuego ha afectado, sobre todo, a comunidades de trabajadores de bajos recursos que vivían en zonas montañosas.
«De los afectados aproximadamente un 30% vivían en asentamientos no formales o campamentos», explicó a BBC Mundo el director de construcciones y emergencias de la ONG chilena Techo, José Ignacio Valenzuela.
«Mi casa era hermosa»
En uno de estos asentamientos informales, conocidos en Chile como «tomas» de terreno, tenía su casa Marianela.
«Mi casa era hermosa», recuerda, en una conversación telefónica con BBC Mundo.
Marianela se mudó hace 17 años a uno de estos asentamientos, llamado Vistas al Mar, con su marido, transportista de equipos eléctricos, y su hijo, que ahora tienen 48 y 23 años respectivamente.
Antes vivían alquilados en otro lugar, relata, «pero la cosa se puso muy difícil, una amiga me dijo que había un terreno que nadie estaba usando y nos vinimos para acá».
El terreno, expuesto a una ladera en la complicada orografía del lugar, se convirtió en un más que digno hogar a lo largo de años de trabajo.
La vivienda principal, de microcemento, constaba de 3 habitaciones, baño, cocina y un espacioso salón decorado con cerámicas, a las que Marianela es aficionada.
En el patio cultivaba varios árboles frutales, desde perales hasta limoneros, y había construido un «quincho» o cobertizo para barbacoas con sus familiares, amigos y vecinos.
Y no solo eso: «teníamos unas vistas muy hermosas; veíamos el mar y las palmeras eran hermosas», afirma.
«Parecía que estaban tirando bombas»
Precisamente en el patio se encontraba cuando comenzó a llover ceniza el pasado jueves.
Y cuando levantó la vista vio cómo las llamas se acercaban a toda velocidad.
«No me dio tiempo a preparar nada. Solo comencé a gritar y mi marido, que estaba regando, se dio cuenta de lo que ocurría y me dijo: toma tus documentos y vámonos», recuerda.
«Tengo dos perritos chicos, los tomé también y de allí ya salimos. No podíamos hacer nada más».
De aquellos momentos de tensión también recuerda la inusual virulencia del incendio.
«Había mucho, mucho viento. Era algo increíble. Cuando empezaron a explotar los tubos de gas parecía que estaban tirando bombas acá».
Escaparon del fuego corriendo, junto con otros vecinos, ladera abajo.
Muebles, electrodomésticos, ropa y comida; la familia de Marianela lo ha perdido todo excepto su automóvil, que estaba estacionado en otro lugar.
«Quedamos sin nada. Ahora uno ve los terrenos pelados… no queda nada», lamenta, sin poder contener las lágrimas.
«Lo que más me duele es el recuerdo de la casa tan linda que tenía; años de sacrificio que se fueron en unos minutos. Eso duele mucho».
«Solo nos queda levantarnos»
Estos días ella y su familia se alojan de forma temporal en el apartamento de su cuñada, a pocos kilómetros del que fue su hogar.
Tras el devastador incendio, agencias del gobierno y organizaciones independientes como Techo están prestando ayuda a los damnificados, desde la recogida de escombros hasta el abastecimiento de comida y la gestión de alojamientos provisionales.
Pero sobre todo son los vecinos quienes, organizados en sus propias juntas -Marianela es tesorera del comité de su comunidad-, se prestan asistencia mutua y reparten los suministros que reciben.
«No nos queda otra que levantarnos, tratar de apoyarnos entre todos y poder salir adelante de nuevo», afirma.
Del mismo modo que se desconoce la causa del incendio, queda por saber qué ocurrirá con la comunidad Vista al Mar y los otros asentamientos irregulares de esta zona de Viña del Mar.
Los únicos que sí lo tienen claro son los vecinos: quieren quedarse y reconstruir sus casas desde cero.
«Ya tuvimos reuniones y quedamos de acuerdo todos en que de aquí nadie nos saca. Yo llevo 17 años aquí pero muchos llevan más de 20 y nos conocemos todos», asegura Marianela.