A los 31 años, los médicos me dijeron que si no dejaba de beber alcohol, podría morir.
Quedé impactada, porque no bebía todos los días, nunca bebí a solas y cuando bebía lo hacía como una actividad social que disfrutaba, no porque sintiera que dependía del alcohol.
Pero por definición, mi consumo de alcohol desde mi adolescencia tardía hasta finales de mis años 20 se podría considerar como exceso alcohólico. Me sentía normal porque la gente en mi entorno hacía lo mismo y, ahora, la situación me estaba pasando factura.
Acababa de ser mamá y fui al médico general porque me sentía cansada todo el tiempo. Eso condujo a exámenes de sangre y una prueba de la función del hígado.
Exámenes posteriores revelaron que tenía una fibrosis del hígado severa relacionada al consumo de alcohol, o cicatrización extrema de mi hígado, muy probablemente debido a mis hábitos de bebida.
Salí del hospital a la casa caminando lentamente en estupor, empujando a mi hija en su cochecito. Esto me estaba pasando, pensé, pero no podía ser la única.
Quise saber lo que eso decía sobre la cultura de la bebida en Reino Unido y empecé a investigarlo para un el programa Panorama de la BBC.
Las muertes relacionadas específicamente con el alcohol han llegado a sus niveles más altos desde que se empezaron a registrar en 2001.
Mientras el problema es sin duda más grave entre los hombres, especialmente hombres mayores, más mujeres menores de 45 años están muriendo por enfermedad hepática relacionada al alcohol o hepatopatía alcohólica (ARLD, por sus siglas en inglés) que antes, según las cifras de Oficina de Estadísticas Nacionales entre 2001-22.
El beber excesivamente una cantidad de alcohol de un tirón -en una salida por la noche, por ejemplo- puede ser mucho más dañino que si bebiéramos la misma cantidad a lo largo de una período más largo.
Los estudios más recientes, realizados por un equipo del University College Londres y las Universidades de Oxford y Cambridge, señalan que el consumo excesivo puede ser hasta cuatro veces más dañino para el hígado.
Cuando pensamos en el exceso alcohólico, tendemos a imaginar a gente embriagada saliendo a rastras de un bar o tambaleándose en una parada de autobús. Pero en realidad, un exceso de copas puede implicar menos alcohol del que piensas.
En Reino Unido, el consumo excesivo equivale a beber seis o más unidades de alcohol en una sentada para mujeres, y ocho o más para hombres. Eso equivale a dos copas grandes de vino para las mujeres.
En el hospital de King’s College en Londres, la hepatóloga Debbie Shawcross me cuenta que ella frecuentemente trata de enfermedad hepática a mujeres profesionales en sus 40 y 50.
“Están haciendo malabares y tal vez tienen familias jóvenes”, comenta. “No son alcohólicas… simplemente están bebiendo demasiado como hábito”.
Todavía no llego a mis 40, pero ella podría estar describiéndome.
Cuando era más joven, yo fácilmente bebía lo que se define como un exceso de alcohol en una noche. No le presté atención alguna hasta que recibí mi diagnóstico.
Después del resultado anormal de mis exámenes de sangre, fui referida al hospital New Victoria de Glasgow (Escocia), donde me hicieron un ultrasonido y finalmente una elastografía. Todo eso ocurrió en el lapso de un año aproximadamente.
La elastografía es una prueba no invasiva de ultrasonido que mide la rigidez del hígado. Una lectura de siete kPA (la unidad usada para medir el nivel de oxígeno en la sangre) o menor es considerada normal. Mi lectura ere de 10,2.
Eso era indicación de cicatrización severa y, de no haber sido detectada, y si yo no hubiera dejado de beber, hubiera progresado a cirrosis.
Recibí mi diagnóstico en febrero de 2024. Mi doctor, Shouren Datta, dijo que si me abstenía de beber alcohol, existía la posibilidad de que mi fibrosis pudiera revertirse.
Me siento extremadamente afortunada de que el problema se detectó a tiempo para que pudiera hacer algo al respecto.
Los médicos lo habían descubierto cuando investigaban mi cansancio.
Sin embargo, parte del problema con la enfermedad del hígado es que no suelen haber síntomas iniciales.
Siete de cada 10 personas con estado terminal de enfermedad hepática no se enteran hasta que las internan en el hospital con síntomas como ictericia, retención de fluido y sangrado anormal.
Eso fue lo que le sucedió a Emma Jones, de 39 años, originaria del norte de Gales. La conocí 15 meses después de que se sometiera exitosamente a un trasplante de hígado.
Al igual que yo, Emma era una bebedora social, con una carrera exitosa y una vida social vibrante. Pero durante el encierro del covid, las cosas se descontrolaron. En su peor momento, estaba bebiendo tres botellas de vino al día.
Emma fue internada en la hospital donde se enteró de que sufría de estado terminal de enfermedad hepática. Le dieron menos de 36 horas de vida.
Milagrosamente, sobrevivió y, después de cumplir el requisito de seis meses de sobriedad, recibió el trasplante que necesitaba desesperadamente.
Emma continúa en recuperación y no está libre de importantes cambios en su vida. Estará recibiendo medicamentos contra el rechazo del órgano durante el resto de su vida y se está bajo tratamiento inmunosupresor, lo que significa que es más difícil para su cuerpo combatir las infecciones y las enfermedades.
Pero está viva, en buen estado, y dice que se encuentra en el mejor momento posible. Encuentro contagiosas su positividad y determinación.
La «hora de vino»
Según los más recientes datos de la Oficina Nacional de Estadísticas, de 2018, la enfermedad hepática está consistentemente entre las tres causas principales de muerte todos los años para mujeres de 39-45 años.
“El consumo de alcohol prácticamente se ha doblado en un período muy corto de tiempo… unos 10 años”, me informa la profesora Fiona Measham, una reconocida experta en la cultura de la bebida y uso de drogas de la Universidad de Liverpool.
Sus investigaciones indican que entre las décadas de 1990 y 2000, la industria del alcohol se enfocó en la mujeres bebedoras, bombardeándolas con productos como alcopops y chupitos o caballitos, usando el feminismo, empoderamiento y liberación femenina como una herramienta de mercado.
Ella sostiene que estas prácticas establecieron una cultura de la bebida en toda una generación de mujeres jóvenes que dejarán un legado duradero.
“Lo que vemos ahora entre la gente joven, el consumo está cayendo más rápido, pero se sigue manteniendo firme en personas en sus 30, 40 y 50”, expresa.
La misma estrategia agresiva persiste hoy en día en la industria del alcohol, opina la profesora Carol Emslie, de la Universidad Caledonian en Glasgow. Solo que ahora publicitan cosas como prosecco, “gin o’clock” («ginebra en punto»), y “wine time” («hora de vino») como una manera para las mujeres de relajarse y practicar autocuidado después de un día arduo.
El Portman Group, que representa a la industria del alcohol, expresa:
Mientras que “el aumento de enfermedad hepática relacionada al alcohol tanto entre mujeres como hombres en Reino Unido es una preocupación seria, es importante recordar que el alcohol siempre ha sido un producto legal”.
Añade que su Código de Prácticas… “no protege contra el mercadeo específico basado en género” pero establece “estándares mínimos para los productores de alcohol para que promuevan sus productos responsablemente”.
Y que está “comprometido en continuar… con sus esfuerzos de promover el consumo moderado como también hacer responsable a la industria del alcohol”.
Varios meses después de mi diagnóstico, regresé a someterme a otra elastografía para ver si había alguna mejoría.
Me alivié de comprobar que la lectura de mi elastografía había bajado de 10,2 a 4,7, de vuelta a la normalidad y dentro de un rango saludable.
Me sorprendió la diferencia tan dramática que el dejar de beber alcohol había tenido en tan corto tiempo.
No planeo volver a beber otra vez, tal como me han aconsejado.
No he tocado una gota durante casi un año y me siento mucho mejor por eso, pero me sigue haciendo falta de una manera que no puedo identificar.
El alcohol está arraigado en nuestra cultura. Bebemos en los cumpleaños, bodas y funerales. Y, por supuesto, está la temporada festiva, que empieza antes de la Navidad y continúa hasta después del Año Nuevo.
Para mí, cuando crecía, el alcohol estaba normalizado y no creo que estuviera muy consciente de la cantidad de presión que había para beber alcohol hasta que me vi obligada a dejarlo.
La abstinencia no ha sido fácil, sin embargo. Me ha tomado mucho tiempo para reprogramar el cerebro a no necesitar ni desear el alcohol como premio, gratificación o como una manera de relajarme y divertirme socialmente.
Creo que eso era parte del problema para mí entonces, y sigue siendo un problema para la sociedad ahora.