La actriz Felicia Montealegre pasó a la historia por su rol de pareja perfecta del legendario Leonard Bernstein.
Como señaló el New York Times hace 45 años, al anunciar su muerte: «Aunque fue un pilar de dramas aclamados en televisión y obtuvo elogios de la crítica en el teatro, alcanzó una fama mucho más amplia como la elegante esposa del director y compositor y como anfitriona en Nueva York».
La luz de su esposo eclipsaba pues se destacaba como pocos al dirigir las mejores orquestas con una expresividad única; además, era un gran divulgador musical cuyas clases eran magistrales, un pianista de renombre y un compositor polifacético, cuyas obras incluyen el musical de Broadway West Side Story o «Amor sin barreras».
Esa relación entre Montealegre y Bernstein, que empezó cuando él se encontraba en las primeras etapas de su carrera musical y ella era una actriz en ascenso, es el centro de la película «Maestro» que recientemente lanzó Netflix y en la que el papel de Felicia es interpretado por la actriz inglesa Carey Mulligan.Pero para conocer a la verdadera Montealegre hay que recurrir a las grabaciones que quedan de obras en las que actuó y al sinnúmero de fotos de quien fue llamada «la mujer más bella de Chile».
O a los múltiples artículos comentando, favorable y desfavorablemente, sus actividades, desde viajes hasta campañas en defensa de derechos humanos.
Sin embargo, gran parte de lo que ella era quedó registrado solamente en los márgenes de lo escrito sobre la vida y obra de Bernstein.
Recolectando esos fragmentos de Montealegre que quedaron en los archivos de su esposo, y, sobre todo, rescatando los rasgos de su personalidad que perviven en las cartas privadas de la pareja surge un retrato, aunque aún algo difuso.
Muestra una latinoamericana que, además de esposa, madre, actriz y activista, fue una mujer sofisticada intelectual y emocionalmente que comprendió pronto lo que a muchos les tomó años.
San José, Santiago y Nueva York
Felicia María Josefa de Jesús Cohn Montealegre nació en 1922 en San José, Costa Rica.
Era la segunda de las tres hijas de Clemencia “Chita” Montealegre, proveniente de una de las familias más poderosas de Costa Rica, y Roy Elwood Cohn, un ingeniero de minas estadounidense descendiente de una familia judía de Europa del Este.
Poco después de su nacimiento, su padre fue nombrado director de la American Smelting and Refining Company en Chile, así que tanto ella como sus hermanas, Nancy y Madeleine, crecieron en Santiago, y fueron educadas en una escuela de monjas británica.
Siempre soñó con ser actriz, y también con vivir en Estados Unidos, así que a los 21 años fue a la embajada de la patria de su padre para prestar juramento de lealtad a ese país.
Convenció a sus padres de que le permitieran irse a Nueva York diciéndoles que se dedicaría a la música clásica: su profesor sería nada menos que Claudio Arrau, uno de los más grandes pianistas del siglo XX.
Efectivamente tomó clases con el prodigioso chileno, pero desde que llegó a Greenwich Village en 1944 se dedicó a la actuación.
Estudió teatro con el eminente maestro de actores Herbert Berghof, y en 1946, debutó en Broadway.
Ese mismo año conoció al hombre de su vida.
Encuentro y reencuentro
Arrau y Montealegre tenían en común algo más que Chile: habían nacido en la misma fecha, el 6 de febrero.
Para celebrar sus 43 y 24 años, respectivamente, el pianista hizo una fiesta e invitó a Bernstein, con quien recientemente había tocado el concierto en Re menor de Brahms en Nueva York.
Ella ya lo había visto haciendo lo que tres años antes lo había lanzado a la fama de la noche a la mañana: dirigiendo magistralmente una orquesta.
Pero fue ese día que se conocieron, e inmediatamente se gustaron.
Tanto que en pocos meses se comprometieron. Sin embargo, antes de que pasara un año, se arrepintieron, diciendo que no estaban listos para casarse.
Montealegre seguía tratando de establecerse como artista pero, aunque lograba conseguir trabajos esporádicos, a veces pasaba ratos difíciles.
En una carta a Bernstein, escrita desde California el 6 de febrero de 1947 (un año después de conocerse), escribió:
“Gracias por su cheque. La gran carrera de Montealegre está completamente estancada: ¡estoy pensando seriamente en regresar, derrotada pero sana! ¡El único problema es que tampoco conseguiré trabajo en Nueva York! Oh, mierda«.
No obstante, su suerte cambió a partir de 1949, año en el que protagonizó 10 teledramas y fue nombrada estrella femenina más prometedora por la encuesta de fama televisiva de Motion Picture Daily.
Además tuvo una relación sentimental con el actor Richad Hart, con quien había actuado en varias obras de teatro.
Esa historia de amor terminó abruptamente cuando Hart murió en sus brazos por una oclusión coronaria en enero de 1951, a los 35 años.
Meses después, se reencontró con Bernstein y volvieron a sentir lo mismo que cuatro años antes, así que se casaron en septiembre de ese mismo año.
En 1952 dio a luz a su primera hija, Jamie.
Un mes después volvió a trabajar y a lo largo de esa década interpretó varios roles protagónicos en Broadway.
En 1955 dio a luz a su hijo, Alexander; Nina nació en 1962.
Montealegre además actuó en conciertos de música clásica desde 1957 como narradora, y también en óperas, trabajando con los mejores directores y recibiendo la aclamación de la crítica.
Su encanto fue una gran ventaja para la carrera de su marido, sobre todo en sus giras internacionales con la Filarmónica de Nueva York, entre las que se destaca una histórica por 21 ciudades latinoamericanas de 1958.
Sin embargo, la pareja no era del todo convencional.
La carta
A puertas cerradas, no era tan sencillo.
Entre Montealegre y Bernstein hubo amor y respeto, como bien lo documentan cartas y anécdotas de sus vidas.
Pero una de esas cartas es particularmente reveladora.
Es de ella para él, y no tiene fecha, pero se cree que fue escrita a finales de 1951 o 1952, es decir, poco después de la boda.
“Si hoy parecía triste mientras te alejabas, no era porque me sintiera abandonada de alguna manera, sino porque me quedé sola para enfrentarme a mí misma y a todo este caos que es nuestra vida conyugal.
«He pensado mucho y he decidido que, después de todo, no es un desastre.
«Primero: no estamos comprometidos con una cadena perpetua; nada es realmente irrevocable, ni siquiera el matrimonio (aunque yo solía pensar que sí).
«Segundo: eres homosexual y es posible que nunca cambies; no admites la posibilidad de una doble vida, pero si tu tranquilidad, tu salud, todo tu sistema nervioso depende de un determinado patrón sexual, ¿qué puedes hacer?
«Tercero: estoy dispuesta a aceptarte tal como eres, sin ser mártir ni sacrificarme en el altar de L.B. (Resulta que te amo mucho; esto puede ser una enfermedad y, si lo es, ¿qué mejor cura?).
«Intentemos ver qué pasa si eres libre de hacer lo que quieras, pero sin culpa ni confesión, ¡por favor!
«Los sentimientos que tienes por mí serán más claros y fáciles de expresar: nuestro matrimonio no se basa en la pasión sino en la ternura y el respeto mutuo”.
Añade que no se arrepiente de haberse casado con él: «Relajémonos sabiendo que ninguno de los dos es perfecto y olvidémonos de ser ESPOSO Y ESPOSA con mayúsculas tan tensas, ¡no es tan horrible!».
«Cuando leí eso, me retorció», le dijo su hija Jamie a NPR en 2013. «Porque, en cierto modo, ella sí se sacrificó en ese altar, se podría decir».
Y lo reiteró 10 años después, acompañada por sus hermanos, en una entrevista de CBS, a propósito de la película «Maestro».
“Siento que le costó todo seguir adelante. Fue muy duro para ella y creo que en cierto modo contribuyó a su muerte prematura”.
Alexander, sin embargo, no estuvo de acuerdo con su hermana.
“Yo no iría tan lejos. Creo que probablemente se arrepintió de muchas cosas mirando hacia atrás”, dijo.
Pero, aseguró, “tenía una vida rica y maravillosa, un matrimonio casi maravilloso y mucho amor”.
“Ellos, obviamente, se amaban con todo el alma. Nunca pelearon frente a nosotros. Nunca vimos ninguna oscuridad. Mantuvieron todo muy bien ordenado y bastante bien escondido».
La misma Jamie le había dicho a PBS en 1997 que «eran realmente grandes amigos y probablemente eso es lo más importante a largo plazo».
«Podían hacer juntos las cosas que les gustaban, leían los mismos libros, iban al teatro, les interesaba lo que el otro opinaba y reían juntos. Eso es probablemente lo que mantiene unido a un matrimonio más que la pasión».